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El papel de las mujeres en la iglesia

By 11 March 2021Artículos

Hola amigos, hoy voy a hablar sobre el rol de la mujer. Ésta es una pregunta que surge a menudo y quiero tomarme el tiempo para responderla. Es un tema sobre el que me consultan mucho y que es muy controvertido, incluso en las iglesias; y que suscita muchas opiniones diferentes.
Escuchamos hablar sobre el rol de las mujeres en la iglesia, en las familias e incluso en la sociedad; y vemos muchos movimientos que se levantan por la igualdad de género y por otros temas relacionados.

Pero, ¿qué nos dice la Biblia sobre esto? Veamos:
1° El lugar de la mujer en la historia bíblica del Antiguo Testamento.
2° Según Jesús, el Mesías, veremos cuál es el rol actual de la mujer. 

¿Debería predicar? ¿Es ella igual a los hombres? ¿Puede una mujer dirigir una iglesia?

Primero, veamos qué nos dice la Biblia sobre el lugar de las mujeres desde el Antiguo Testamento hasta la resurrección de Jesús para ayudarnos a sentar las bases correctas.
Tan pronto como vemos la historia de la mujer a través de los tiempos, vemos que a menudo ha sido rechazada por los hombres; tratada como un ser inferior. Le debía una sumisión total al hombre.
Podríamos resumir el papel de la mujer en el Antiguo Testamento de la siguiente manera: las mujeres son muy importantes con la condición de que se queden en casa para hacer las tareas del hogar, y que dejen a los hombres solos; y que transmitan la vida y los códigos.
En el Antiguo Testamento, salvo algunas excepciones, era degradada y con demasiada frecuencia excluida de todas las decisiones. Su única opción era aceptar o rechazar el avance de uno de sus pretendientes al matrimonio. Por supuesto, algunas de ellas han vivido plenamente en la fe y en la plena confianza en Dios a pesar de todas esas limitaciones.
Se citan como ejemplos de fe y de perseverancia en Hebreos 11 a Sara, la esposa de Abraham; a Rahab, la ex prostituta descendiente de la genealogía de Jesús a través de José; y también se cita a Rahab por sus obras en Santiago 2:25. Y a todas estas mujeres cuyos nombres no se mencionan, pero de quienes hablamos en Hebreos 11:35-40. Por supuesto, podemos evocar a más de cien mujeres en el antiguo testamento, tales como Rebeca, Raquel, Debora, Ruth, Judith, Esther (la hija del faraón), Ana (la madre de Samuel); etc. Pero para muchas ni siquiera tenemos sus nombres. Se las menciona a través de sus maridos como “la esposa del Lot”, “sus hijas” o “la viuda de Sarepta”, sin nombrarlas en ningún momento.
En el Antiguo Testamento, la discapacidad de una mujer es a menudo su impureza menstrual, pero también cuenta que cuando una mujer daba a luz a un hijo, tenía que purificarse; y que debía hacerlo el doble de tiempo si es una niña la que nacía.
Las mujeres también fueron objeto de codicia y, a veces, de negociaciones espantosas por parte de los hombres. Cuando Abraham llega a Egipto a pesar de su amor por su esposa Sara, la presenta como a su hermana, aceptando que ella ingrese al harén de Faraón para salvar su vida. ¡También podríamos mencionar a Lot que ofrece a sus hijas a sus visitantes! ¡Es terrible! Pero cuando llega el Mesías: ¡Jesús de Nazaret! Jesús apoyó a las mujeres. Jesús les hizo saber a las mujeres que eran inteligentes e intrínsecamente dignas del amor y el cuidado de Dios. Ni una sola vez en los cuatro evangelios ha degradado a una mujer. Ojalá pudiera decir que nunca he contado un chiste que se burle de una mujer o que miré a una mujer de manera inapropiada; o que nunca le he dicho “esto es asunto de hombres, no te metas”. La mayoría de los hombres, en algún momento de sus vidas, han menospreciado a las mujeres. Pero Jesús nunca lo hizo. Desde los primeros días de su vida, hasta que ascendió al cielo, Jesús tuvo estima por las mujeres y las apoyó.
En Lucas 1 y 2, se registran el nacimiento y los primeros días de la vida de Jesús. Sin embargo, en la historia del nacimiento de Jesús y en sus primeros días, María recibió tanto, si no más, reconocimiento que José. Y este último, casi que paso a un segundo plano. Fue María la protagonista de este maravilloso evento.
En la presentación de Jesús en el templo, Ana la profetisa ocupó el centro del escenario (Lucas 2:36-38). La Palabra de Dios reconoce su vida de oración, de ayuno y de santidad. En el duodécimo cumpleaños de Jesús, José y María lo llevaron al templo en Jerusalén (Lucas 2:41-52). Fue el Bar Mitzvá de Jesús (se estaba convirtiendo en un hijo del Pacto, en un hombre a los ojos de la ley judía. No tenía que obedecer a ninguna mujer por el resto de su vida. Pero cuando José y María regresaron a casa, se dieron cuenta de que Jesús no estaba con el resto de la familia, así que se apresuraron en regresar a Jerusalén y encontraron a Jesús en el Templo, él estaba conversando con los doctores de la ley en el estilo de debate habitual de la época. Entonces, María le dijo a Jesús: “¿Dónde has estado? Te hemos buscado con angustia” (versículo 48). Jesús (ahora un Hijo del Pacto, varón) tenia el derecho legal de volverse hacia su madre y de decirle: “Mujer, déjame en paz”. En cambio, con gran amor y respeto respondió: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? (Versículo 49). Asi le responde a su madre, con amor y respeto.
En el Evangelio de Lucas encontramos 24 encuentros entre Jesús y mujeres, sea hablándole a una mujer, o mencionándola en una parábola. En aquellos días en que las mujeres eran maltratadas y rechazadas con crudeza y brutalidad; pero Jesús las trataba con respeto.

Hoy los hombres debemos tratar a las mujeres con el mismo respeto que lo hizo Jesús.

Jesús fue el hombre perfecto y el modelo que se puede poner como ejemplo para las mujeres y para los hombres de todas las edades ; especialmente en los tiempos que corren. Ya en ese tiempo, así como también hoy, Jesús aceptó plenamente a las mujeres en sus estados y en sus situaciones. El era sensible a sus necesidades e hizo todo lo posible para ayudarlas. Tomemos uno de estos 24 ejemplos. Vamos al Evangelio de Lucas 7:36-50. Lucas habla de una mujer que vino a un banquete, y que se arrodilló y que lloró a los pies de Jesús, bañándolos con sus lágrimas, y cuenta que luego los ungió con perfume antes de secarlos con su cabellos. Éste fue su acto de arrepentimiento. Jesús le permitió hacerlo sin mostrar ningún signo de disgusto o de vergüenza. Jesús a menudo se desvivía por rendir homenaje a las mujeres como ejemplos de fe. Jesús fue a la casa de Simón el fariseo. Había mesas en el centro y sillas alrededor de las mesas. Los hombres importantes de la ciudad (los distinguidos invitados de Simón) estaban sentados en estos asientos, comiendo a la mesa. Pero, sin embargo, había una mesa en la que una persona no comía, y era el Maestro Jesús; el invitado de honor. No había tenido nada para lavar sus manos y sus pies también estaban sucios. Si tocaba la mesa, la habría ensuciado para quienes lo rodeaban, según la costumbre de la época.
La comida continuó. De repente, a este banquete llegó una mujer de la calle; una mujer “de mala fama”, que se arrodilló, lloró a los pies de Jesús, y luego se los secó con su cabello que acababa de desatar. Enseguida derramó perfume en los pies de Jesús. Fue una escena impactante.

Los hombres alrededor de la mesa sabían qué tipo de mujer era aquella. Todos habían visto esta escena escandalosa y estaban esperando a ver qué haría Jesús para mostrarle a esta mujer pecadora lo impura que era y que diga algo acerca de su comportamiento. Simón pensó: “mira cómo esta mujer toca a Jesús y cómo se comporta en presencia de hombres de bien como nosotros. Invitamos a este maestro para ver con nuestros propios ojos si realmente es un maestro enviado por Dios. Ahora estamos seguros de que es un impostor. Si fuera de Dios, sabría qué clase de mujer es ella. No le permitiría hacer lo que hace” (texto parafraseado del versículo 39).

Desde una perspectiva de Oriente Medio, esta es una escena absolutamente inconcebible. Hay dos cosas que están mal. La primera es que el anfitrión (Simon) ha insultado deliberadamente a su invitado. Dejó intencionalmente a Jesús, su invitado de honor, sin la oportunidad de lavarse las manos para humillarlo y mostrarle cuánto Simón y sus amigos eran superiores a él. Los anfitriones de Oriente Medio nunca maldicen a sus invitados. Sacan lo mejor que tienen para compartir con sus ellos, incluso si es solo pan y agua, aunque aquello los deje sin un centavo. Simon había hecho lo que ningún anfitrión de Oriente Medio haría. Pero Jesús hizo algo en este pasaje que ningún invitado de Oriente Medio haría tampoco: Él criticó a su anfitrión. Jesús se puso de pie, miró a la mujer y le habló a Simón. Jesús le dio la espalda a su anfitrión frente a todos los hombres presentes en este banquete. “Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados” (Lucas 7: 44-50).

Veamos también el equipo de mujeres que acompañaron a Jesús: hasta donde yo sé, ningún rabino en los días de Jesús tenía mujeres entre sus discípulos. Pero Lucas dijo que Jesús incluyó mujeres en el círculo de los que lo seguían, incluso mujeres con antecedentes más que dudosos. (Lucas 8:2-3) Con él estaban los doce y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y enfermedades: María, conocida como de Magdala, de quien salieron siete demonios, Juana, esposa de Chuza, mayordomo de Herodes, Susana y varios otros, quienes la ayudaron con sus posesiones. Sí, Jesús fue sensible a sus necesidades: Jesús fue sensible a las limitaciones sociales y religiosas que las mujeres tenían que superar y alivió sus cargas. Fue compasivo y cariñoso. Un día, Jesús visitó a Pedro en su casa, y la suegra de Pedro estaba enferma. En Oriente Medio, incluso si una mujer de la casa está enferma, debe levantarse para cuidar al anfitrión. Jesús, por supuesto, no era un invitado común. Era un rabino, un maestro de la ley de Dios. Él tenía derecho a entrar a una casa, sentarse y preguntar: “¿Dónde está mi té?” “Pero no lo hizo. Jesús se negó a ejercer su derecho. En cambio, fue a ver a la suegra de Pedro y le impuso las manos. Se negó a que ella le sirviera hasta que él mismo la hubiera servido.
En otra ocasión, Jesús resucitó al hijo de la viuda de Naín (Lucas 7: 11-17). La posición de las viudas en la cultura del Medio Oriente es trágica si no tienen padres varones que las cuiden. Mientras Jesús observaba esta procesión de entierro, vio a los pocos portadores del ataúd y a esta mujer solitaria caminando detrás. Se dio cuenta de que no había otro hombre en su familia que se ocupara de ella. Por compasión de esta pobre mujer, Jesús se acercó, tocó al joven y lo devolvió a la vida.

Aún más marcado, vemos en el Evangelio de Lucas a Jesús oponiéndose a los prejuicios y a los abusos de la religión organizada contra las mujeres. En esta parte del mundo, tal comportamiento puede ser peligroso. En Lucas 20, Jesús defendió a las viudas de la codicia de los fariseos. Debemos honrar a todas las mujeres con el mismo amor y respeto que Jesús les mostró. Veamos Lucas 13:10-17. Jesús en ese momento estaba predicando en una sinagoga y hablando con los hombres y de repente ve a una mujer con la espalda encorvada; y entonces Él llama a esta mujer y luego hizo cinco cosas que fueron asombrosas en la medida en que rompieron el molde cultural de esa época. Primero, llamó a esta mujer desde donde estaba (de un extremo al otro de la sinagoga, que tenía 20 metros de ancho y 40 metros de largo. Él la ve de lejos y la llama, y le pide que pase al frente, al lugar de los hombres, donde estaban reunidos todos estos doctores de la ley.
Interrumpió la enseñanza de la Palabra de Dios (el momento más sagrado de la vida judía), para cuidar a una mujer. Segundo, Jesús tergiversó su cultura para hablarle frente a todos estos fariseos, dándole importancia a esta mujer. Jesús hizo una tercera acción contraria a su cultura: puso sus manos sobre esta mujer. ¡Absolutamente no debes tocar a una mujer, especialmente en el templo!
Cuarto punto, Jesús afirmó su valor en la sociedad. Estos hombres en la sinagoga probablemente estaban pensando: “¿Qué está haciendo ella aquí? ¿Qué hace ? Él la toca. Observe lo que está haciendo en el lugar santo de Dios.”
Pero Jesús conocía sus corazones y les dijo: “¿No suelta cada uno de ustedes en el día de reposo su buey o su asno del pesebre para llevarlo a beber?” (Lucas 13:15). Todos sabían que estaban quebrantando el sábado al dar de beber a sus animales. “Jesús continuó: Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo?” (Lucas 13:16). “Diciendo estas palabras, la devolvió a una buena postura.” Este episodio es particularmente importante porque Jesús arriesgó voluntariamente su vida por una mujer.

Él humilló a sus oponentes en su propia sinagoga al ejercer misericordia sobre una mujer. Fue por este acto de bondad y amor divino, y por muchos otros similares, que estos hombres lo enviaron a la cruz. En Lucas 21; Jesús y sus discípulos estaban en el templo. Los discípulos vieron a los ricos depositar sus bolsas de oro en el baúl. De repente, Jesús dijo: “Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”. ¡Una viuda anónima se ha convertido en un ejemplo de la generosidad que Dios espera de cada uno de nosotros! ¿Ves que Jesús hace lo opuesto a ciertos comportamientos de su época? Jesús nunca explotó a las mujeres.

Él es el que se atreve a hablar abiertamente con una mujer junto al pozo, en Juan 4, yendo en contra de todas las normas de su cultura al hacerlo. Y sin embargo, la mujer, incluso cuando fue desenmascarada por lo que era (una mujer de múltiples matrimonios y una vida miserable), nunca fue amenazada. Jesús nunca la humilló. Él simplemente la sacó de su inmundicia y la vistió amablemente con la justicia de su Padre Celestial. Mira a esta mujer, es esta mujer samaritana junto al pozo.

En esto vinieron sus discípulos, y se maravillaron de que hablaba con una mujer; sin embargo, ninguno dijo: ¿Qué preguntas? o, ¿Qué hablas con ella? Porque Jesús está allí, perfectamente viril, perfectamente seguro de su sentido de masculinidad, y sin tener necesidad alguna de menospreciar a las mujeres para demostrarse a sí mismo que era un hombre. Jesús nunca intimidó ni amenazó a una mujer, y nunca fue amenazado o intimidado por una mujer. Con Jesús no había doble sentido ni bromas de mal gusto. No tenía nada que demostrar, porque era 100% hombre.

Es por eso que tanto hombres como mujeres se sintieron atraídos por Jesús. Jesús honraba y apoyaba a toda mujer que se le acercaba. ¡Las mujeres encontraron en él lo que les hubiera gustado encontrar en cada hombre y especialmente en sus maridos! Y los hombres lo veían como un ejemplo a seguir.

Conclusión: hermanas mías, refúgiense en Jesús. Solo él sabrá comprenderlas y ayudarlas de la manera correcta.
Todos los días recibo llamadas de mujeres desesperadas, rechazadas, maltratadas, engañadas. Ven o vuelve a Jesús; solo él puede consolarte.

Demasiadas mujeres son estafadas por los maestros legalistas que les dicen que es por su culpa. ¡Deja de confiar en fariseos y ve a Jesús!

La semana que viene responderé a las siguientes preguntas: ¿Cuál es el lugar de la mujer hoy en la iglesia? ¿Y cuál es su lugar en la familia ?

Acabamos de ver en este video que Jesús no está en absoluto en la perspectiva de degradar a las mujeres y tratarlas peor que a los hombres. Es cierto que entre los 12 apóstoles Jesús no eligió esposa. En la palabra de Dios, el apóstol Pablo en su carta a Gálatas 3:28 declara que al nivel de la salvación: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”.

Los espero en la próxima publicación, donde responderé todas estas preguntas sobre: El lugar de las mujeres en la iglesia de hoy.

¡Qué el Señor los bendiga y hasta la semana que viene!

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